sábado, 18 de agosto de 2012



Todo por Batman

Por: Luis Antonio Abad Arriaga

Muy aparte de la noticia sobre el anormal que mató a balazos a catorce espectadores de la última de la saga de los films de Batman, "The Dark Knight Rises", tenía muchas ganas de ver la película, no me he perdido ninguna, soy fanático de los superhéroes y me mantengo atento desde niño con los comics que salían, hoy con las súper producciones que salen de ellos, me sacan ese niño que dicen tenemos todos, para soñar y mantenerme en vilo durante toda la aventura. Será porque me la doy de justiciero, me emocionan los actos reivindicativos, las luchas de los desposeídos y las hermosas mujeres que se les ponen siempre a los súper héroes.
Llegué tarde a la cita, la cinta había empezado hacía veinte minutos y la tenía que ver completa. Entré a otra: “Misión Secreta”, Richard Gere y otros tíos en acción, pasable, muertes, pasajes romanticones y final cantado; una especie de calentamiento para la del fondo.
Cinco y cuarenta de la tarde, Batman me esperaba a la seis y veinte, con la entrada en el bolsillo, solo, quedaba deambular mirando lo que siempre miro, potajes en escaparate con precios al lado y de los otros, los que caminan, sin precio. Seis y adentro, como lo hacen todos, premunido de una bandeja de por lo menos tres kilos, un diario y malabares para que no se caiga el pote de cancha y el vaso grande de gaseosa, el sorbete y mi cansada humanidad atravesé el pasadizo a la sala. Un chico muy atento me saludó y cortésmente me indicó que todavía no se podía ingresar, regresé mis pasos hasta una banca con los malabares del comienzo, no se cayó ninguna canchita pero mi moral andaba cuesta abajo. Me preguntaba ¿Qué mierda hace un viejo como yo, angustiado, solo con tanta cosa, esperando que el jovencito de anteojos me indique que puedo pasar? El flaquito seguramente compadecido me indica con la mano que me acercara, cuando estaba al borde de votar todo y largarme de allí. Señor la seis queda de frente a la izquierda, menos mal, porque siempre me oriento mejor hacia la izquierda, lo que no me gustó es que con el dedo me indicó la rampa de discapacitados, bueno, al final es mejor que las escaleras. La sala seis estaba más desierta que Sambimera a la una de la tarde, no había ninguna alma, menos mal porque nadie se percató del mal paso en el primer escalón que dí y me costó casi medio pote de cancha, ¡mierda, qué tengo! Traté de acomodarme ya un poco más calmado. Con la sala a mi disposición escogí el centro, depositando mi atormentada humanidad, comencé a tragar sin remordimiento la cancha y la gaseosa que sólo escuchaba el crujido de mis dientes con el maíz.
Escoger el centro en un cine no es bueno, los cinéfilos como los políticos les gusta más el centro, comencé a rodearme de un montón de gente, padres con sus hijos y una bulla infernal, dos giles con una tonelada de cancha en la bandeja, tres huevones fumados hablando cojudeces y riéndose estúpidamente, un tipo que se pasó explicándole a su mujer, que se reía de todo, toda la trama de la película. Toda una fauna emocionada como yo que esperaba a su manera la salida del hombre murciélago.
Tuve muchas ganas de cambiar de sitio, pero por miedo a hacer algún estropicio al salir del centro, me quedé estoicamente en el lugar devorando con más fruición lo que quedaba de cancha, pensando malévolamente que de repente el asesino de Denver, había estado rodeado de gente como mis vecinos de asiento. No, ya falta poco, valor, me daba a esas alturas.
Me gustó mi concentración para enfocarme en el film, salí satisfecho del cine, eso es bueno. A estas alturas de la vida me doy cuenta que la torpeza se vuelve habitual como los dolores y malestares cotidianos. Torpeza para sacar alguna cosa del bolsillo y encontrarla enredada entre las catorce llaves que ando en dos llaveros, el celular, papeles, billetera, sencillo y otras cosillas que ni me acuerdo para que las puse allí. Torpeza para bajar del taxi y zafar el zapato enredado entre el asiento, para subir a una moto y no golpearme la cabeza o para tratar de salir presentable en las fotos y al final verme con una sonrisa que más parece una mueca.
Al final El caballero de la noche, me ayudó a afinar mi autoconcepto, recrear la criatura que todavía –eso espero- tengo dentro y emocionarme y reirme de cojudeces que al final es la vida misma, una serie de cojudeces.




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